lunes, 30 de enero de 2017

Trébol

          Miraba al horizonte sintiéndome pequeña, insignificante, sola. Frente a mí se extendía una vasta ciudad destruida. Los edificios, de metal, estaban oxidados. Las aceras, de hormigón, desquebrajadas. Las estaciones de autobús, los vehículos, las bocas del metro..., eran un incierto amasijo de escombros. La única luz era el enraizado de árboles y hierbajos, que trataba de resurgir como si la naturaleza se antepusiera a la urbe. El cielo era una atmósfera gris y cancerígena, llena de una niebla naranja que me quemaba la garganta cuando trataba de inhalar. ¿Qué hacer cuando no quedan esperanzas? ¿Qué hacer cuando la salvación se ha escapado por la puerta de atrás? 

          Mientras la radiación consumía mis células, me pregunté cuántas personas continuaban con vida. Recorrí las callejuelas en busca de compañía, pero lo único que encontré digno de mi interés fue un trébol de cuatro hojas. Me arrodillé entre desesperanzada e indefensa. El aire huía de mis pulmones y no sabía qué hacer al respecto. Mareada, me dejé caer sobre aquel trébol y, cuando la inconsciencia empezó a vencerme, lo vi.

          Frente a mí se elevó el cuerpo de un desconocido, que ocultó la luz brillante y enrojecida del enfermo sol. Se puso de rodillas y sus ojos, de un verde madreselva, se fijaron en los míos. Emití un quejido a penas audible, exteriorizando aquella agonía. Cada vez mis inhalaciones eran más lentas y pausadas. El desconocido se inclinó y acercó sus labios hacia mi boca reseca. Y entonces, cuando los posó sobre los míos, encontré la paz. A través de mi garganta se deslizó el sabor del néctar, la tierra húmeda y la estepa. Naturaleza, aquel beso me supo a naturaleza. Sacando fuerzas de un recodo oculto de mí, y hasta ahora desconocido, estiré los brazos y lo tomé por la nuca. No quería que aquella sensación se desvaneciera.

            Me tomó en brazos y, todavía con nuestras bocas entrelazadas, comenzó a andar. Gemí al sentir el latido de mi corazón fortalecerse. Cuando finalmente nos separamos, dejó que su aliento cálido y mentolado descansara sobre mi rostro. Cayó un reguero de lágrimas sobre mis mejillas. «Gracias» atiné a articular sin estar del todo segura de que me escuchara.

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