miércoles, 25 de enero de 2017

Crónicas de Dafne

El mito:


        Corro con todas mis ganas. Me persigues mientras trato con ahínco de no desestabilizarme en mi huida. Trastabillo con una raíz seca. Un, dos, tres. Cojeo, retomo el equilibrio. Siento tu aliento en mi nuca, a pesar de que no estás lo suficientemente cerca. Se me pone el vello de punta pero continúo corriendo. El bosque espeso, lleno de ramas que me arañan los brazos. No las noto a penas, aunque la sangre gotea despacio; como si tuviera miedo a salir. Trastabillo de nuevo, caigo. Atino a percibir dos raspones en mis rodillas, antes de incorporarme. Un, dos, tres. Vuelvo a correr, pero me detienes. Tu mano derecha, que me toma del brazo lleno de cortes. La sangre que baila, el tono rojizo de la piel herida y el escozor que está ahí pero ignoro.

        —Dafne —murmuras sin aliento, como si fuera una súplica. Me retuerzo lejos de tu agarre, pero tienes más fuerzas. Mi mirada al cielo, rogando un milagro.

   —Suéltame, por favor… —Pero no me escuchas, Apolo, porque mi opinión nunca tuvo importancia; porque soy insignificante dentro de la ecuación. Pienso durante en otras a las que les ocurrió lo mismo, y las compadezco. No como ellas; nunca como ellas. Mi mirada al cielo, todavía rogando un milagro.

        —Dafne —repites, arrodillado ante mí como quien se postra ante un dios. ¿Me idolatras, Apolo? Me cuestiono con sorna. Lo suficiente como para hacerme esclava de algo que nunca quise. Deseo ser libre, pero ese es un deseo demasiado grande para alguien como yo. Un milagro, necesito un milagro.

        Tus pupilas se dilatan con angustia y yo, aprovechando tu distracción, trato de aventarme lejos de ti. Mis pies están sellados, enraizados en tierra. Mi brazo ya no sangra, ni siente. Ahora es hermoso: marrón tierra húmeda, coronado por unas delicadas hojas de laurel. Una sonrisa se construye en mi boca, mientras se disuelve lo poco humano que queda de mí.

        —¡No te vayas, Dafne! —imploras histérico. La calma se edifica desde lo más profundo de mi pecho. El último pensamiento coherente que tengo es que, al fin, soy libre.

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La versión actualizada:


        Corro con todas mis ganas. Me persigues mientras trato con ahínco de no desestabilizarme en mi huida. Trastabillo con una raíz seca. Un, dos, tres. Cojeo, retomo el equilibrio. Siento tu aliento en mi nuca, a pesar de que no estás lo suficientemente cerca. Se me pone el vello de punta pero continúo corriendo. El bosque espeso, lleno de ramas que me arañan los brazos. No las noto a penas, aunque la sangre gotea despacio; como si tuviera miedo a salir. Trastabillo de nuevo, caigo. Atino a percibir dos raspones en mis rodillas, antes de incorporarme. Un, dos, tres. Vuelvo a correr, pero me detienes. Tu mano derecha, que me toma del brazo lleno de cortes. La sangre que baila, el tono rojizo de la piel herida y el escozor que está ahí pero ignoro.

       —Dafne —murmuras sin aliento, como si fuera una súplica. Me retuerzo lejos de tu agarre, pero tienes más fuerzas. Mi mirada al cielo, rogando un milagro.

   —Suéltame, por favor… —Pero no me escuchas, Apolo, porque mi opinión nunca tuvo importancia; porque soy insignificante dentro de la ecuación. Pienso durante en otras a las que les ocurrió lo mismo, y las compadezco. No como ellas; nunca como ellas. Mi mirada al cielo, todavía rogando un milagro.

      —Dafne —repites, arrodillado ante mí como quien se postra ante un dios. ¿Me idolatras, Apolo? Me cuestiono con sorna. Lo suficiente como para hacerme esclava de algo que nunca quise. Deseo ser libre, pero ese es un deseo demasiado grande para alguien como yo. Un milagro, necesito un milagro.

       Tus pupilas se dilatan con angustia y yo, aprovechando tu distracción, trato de aventarme lejos de ti. Son tus pies los que están sellados, enraizados en tierra. Tu cuerpo se llenó de madera, caucho y se hizo marrón. Sonrío, mientras tu boca hace una mueca aterrorizada. La sangre de los cortes de mi brazo salpica tu corteza. Lento, acaricio con mis dedos las hojas de laurel que surgen en la palma de tu mano. Hermoso, Apolo, te volviste tan hermoso como vulnerable. El cielo llora, como quieres llorar tú también. Las nubes, que se apiadan de tu tristeza y caen truenos. La lluvia me purifica, me da fuerzas. Soy libre, Apolo. Por fin las tornas han cambiado.

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